Hoy, ya casi no se juegan las canicas o "cuicas", como las llamábamos. Habían las agüitas, pericos, ponches, tiritos, tréboles y ágatas y quizá otras que no recuerdo. Se adquiría gran destreza y se formaba grupos de competencia. Me acuerdo de que los pantalones siempre estaban rotos de las rodillas y las rodillas casi sangraban de lo raspadas.
Estaba leyendo que el juego de las canicas se ha visto en muchas culturas durante siglos, pero una de las cosas interesante que vivimos fué que en el Barrio del Cuadrante de San Francisco en Coyoacán en la Ciudad de México, en los condominios de la calle de Tecualiapan mis hijos, al jugar en los jardines, encontraban canicas. Estos condominios fueron construídos en los terrenos del panteón de la iglesia, particularmente en el área infantil. Yo creo que les ponían, como ofrenda sus canicas, porque hay muchas y muy viejas enterradas en la tierra de los jardines.
En las noches, en el piso del departamento de arriba se escuchaban pasitos, risas de niños y ruidos de canicas... Ya sabíamos, no había niños y el departamento tenía alfombras.
Cosas así, en Coyoacán, son parte del entorno. Hay muchas leyendas. En Coyoacán vivió Hernán Cortés, con la Malintzin, (La Malinche), que se la regalaron como esclava el 15 de marzo de 1519. Cortés y "Doña Marina" tuvieron un hijo. Ella hablaba náhuatl, maya y luego español, por lo que sirvió como intérprete y asesora cultural de las costumbres indígenas.
Por cierto, si no conoces Coyoacán, vale la pena un recorrido cuando vengas a esta Ciudad de México.
¡Órale! ¿Jugamos?... ¡No se vale mano negra!
Adivina y aprende
Enrique.
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