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viernes, 11 de marzo de 2011

Casco de Oro

Me quedé sin aire y con la boca bien abierta cuando entré a la casa de Rembrandt en Amsterdam.  ¡Que maravillosas pinturas! Bellísimo el museo y bellísimo Amsterdam.   Aún se oyen violines al atardecer y se come una enorme y maravillosa especie de anguila ahumada, que me convidó Rudolf y que yo devoré, sentado en el piso, como bien mandan las normas de los andantes caballeros.
Esta obra de Rembrandt que presento la ví muchas veces en la casa de mi tio.   Me dijo que era el viejo guerrero que, ya sabiendo todo, volvía a la lucha, no tanto para vencer, sino para enseñar.   Misión tras misión, acción tras acción.
Instantes que permanecen, por siempre.
Enrique



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